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05
Dom, May

Después del mitin: “¡pinche puto amargado, que no te vuelva a ver por aquí!…

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* “La verdad, a ti te están explotando. Te ocupan para acomodar sillas. Es lo que haces en todas las campañas. Eres bueno para eso.”

 

Un momento de alivio pasaba por Esteban Tepeguaje cuando llegaba la noche y ya no había a la vista algún gasto por hacer. Al menos no ese día en que había preferido caminar kilómetros para llegar a su casa y ahorrarse unos pesos del camión, que de mucho servirían al día siguiente.

Esteban se animaba en las noches: quizás mañana mejoraría sus ingresos con la venta de casa en casa de una sustancia que él mismo fabricaba para envenenar ratas -por sus estudios en ingeniería química-, por lo que las diarias caminatas eran inmensas, o probablemente encontraría en la calle unos documentos valiosos y por cuya entrega lo recompensarían (…)

 

Distraído en sus pensamientos, mirando por la ventana, Tepeguaje medio se despertó cuando el camión se detuvo en un crucero de la carretera y lo abordaron varios hombres y mujeres escandalosos. Todos reían, felices.

Esteban sintió que le tocaban uno de los hombros y un desconocido le extendía un saludo, la mano abierta. El rostro le era conocido. Lo había visto antes, pero ¿dónde?, aunque rápido atinó: ¡era uno de los candidatos!

Esteban sintió limpia la mano del desconocido, fresca y bañada en perfume. Su cara parecía maquillada, el cabello y el bigote bien recortado. Sus ropas en talla perfecta. El candidato caminaba a lo largo del pasillo, saludando de mano a los pasajeros. Sonreía por todo. Rondaba los 50 años y ocultaba las canas. Se había formado una complexión atlética asistiendo al gimnasio durante años.

Su presencia contrastaba con los usuarios del camión: pobres, con hambre, llevando ropas desgastadas y que usaban zapatos, tenis o huaraches encontrados en la calle, desechados por otros.

El candidato quiso sentarse en el lugar vacío junto a Esteban, pero éste lo detuvo con lo primero que se le ocurrió:

- ¡El asiento está apartado señor!

- ¿Pero cómo apartado mi amigo?, si ya vamos por la carretera –respondió el candidato, sonriendo por la ocurrencia y preparándose para más y más fotografías que le eran tomadas por uno de sus asistentes.

- Entonces le dejo el asiento –completó Esteban, tomando su mochila, poniéndose de pie y buscando otro lugar en la parte trasera.

El candidato reaccionó frente al desaire y encontró espacio junto a un vendedor de cacahuates, repartiendo más sonrisas y promesas de trabajo para todos. Con el cacahuatero pronto hubo plática y hasta resultó que conocía al papá del candidato:

- ¡Ah cabrón, sí, sí, sí, yo te conocí de niño, eras bien vago!

Una señora de unos 75 años, visiblemente tímida y en un asiento trasero del camión, tardó un rato antes de poder acercarse al candidato. Había ido a La Guásima a vender servilletas y regresaba con las mismas.

Y lo que para ella fue un esfuerzo tremendo, penoso, el candidato lo desbarató en un instante para que todos oyeran, ignorante a su sacrificio:

- ¡Claro que sí, señora, va haber trabajo para sus nietos, ¿me dice que son dos?, yo mismo me encargaré de buscarlos; ¡tómenle los datos a la señora!

Y ahí está la pobre mujer, entrevistada por una muchacha y citando su domicilio, mostrando su credencial de elector y señalando los nombres de sus familiares mayores de 18 años. Tendría la encomienda de convencer a todos de votar por este candidato.

Al finalizar las preguntas, la joven entrevistadora intentó animarla:

- La admiro señora, mírela, todavía trabaja.

- Pues si…es que todavía me da hambre y necesito comer –respondió confundida, intentando bromear.

Cuando regresó a su asiento, la señora llevaba un puño de camisetas del candidato para vestir a su familia. Nunca se imaginó que su última respuesta había calado en la entrevistadora.

El papelito con los datos de la señora, su nombre, su domicilio, posiblemente terminarían en la basura o únicamente serían utilizados durante las campañas políticas. Pero ella se quedaba con la promesa de trabajo para sus nietos.

 

Al día siguiente en el expendio de boletos de lotería, Tepeguaje encontró varios periódicos con fotografías del candidato en el camión. Se le veía feliz, comiendo cacahuates y saludando amigablemente a todos. Las fotos se repetían en todos los periódicos. En otra imagen aparentaba toda atención a la señora que pidió trabajo para sus nietos: su mano derecha en el hombro de la señora, dispuesto a luchar por ella. Al lado de la foto se anunciaba lo de siempre: que el candidato concentraría su gestión en los más pobres.

Esteban Tepehuaje no aparecía en ninguna de las fotografías. Se imaginó que sus fotos, con un gesto de molestia con el candidato, ya habían sido destruidas.

 

Una tarde, deambulando por colonias en la venta del veneno para ratas, detuvo a Esteban el grito de un hombre que acomodaba sillas en una cancha deportiva:

- ¡Ese mi Tepeguaje!, ¿qué haces por estos barrios, cabrón?

Esteban respondió al saludo pero tardó unos segundos para identificar al individuo. Se trataba de Faustino Brillante, un ex compañero de la secundaria. De cara alargada y cabello lacio, usaba pegostes de gel para acomodar el cabello, insistente por apuntar al cielo. Le encantaba ser identificado por su apellido Brillante, pero a sus espaldas lo apodaban “Brillantín”.

En un dos por tres lo puso al tanto del asunto: trabajaba en el gobierno cubriendo suplencias de velador, pero su intención era tener trabajo seguro y de ello dependía que su candidato ganara la elección. Y ahí estaba haciendo méritos:

- Mira Tepeguaje, ya está llegando mi gente, yo a mi candidato le muevo 300 gentes nomás en esta colonia, ¿verdad que merezco algo mejor?

Pero “Brillantín” ya llevaba muchas elecciones acarreando a su gente y no pasaba de lo mismo.

Por mera curiosidad, Tepeguaje se quedó a ver el mitin porque recién llegaba el candidato.

Además de seguidores, el evento atrajo a algunos vendedores. Entre el gentío, Tepeguaje ofreció su veneno para ratas, pero no vendió una sola bolsa. En cambio, una señora que llevó una olla de tejuino en triciclo no se daba abasto para llenar tantos vasos; e igual sucedía con un hombre grandote, panzón y mal fajado, con un pedazo de trusa por fuera del pantalón: vendía globos con hilo elástico y todos los niños querían uno.

Tepeguaje se resignó: el globero llevaba alegría, mientras que él vendía la muerte.

Mejor optó por presenciar el mitin. “Brillantín” no le perdía cuidado, a cada rato volteaba a verlo y esperaba encontrar alguna señal de aprobación; animaba a sus conocidos a aplaudir más y más o a gritar porras al candidato. Incluso se aventuró a ir a abrazarlo, empujando a otros para abrirse paso y ganarse una fotografía a su lado. Apenas tocó al candidato, se abrazaron con sonoras palmadas en los hombros y reían por nada, como estúpidos. Algo le dijo cerca del oído que el candidato aceptó con un movimiento de cabeza y sin perder la sonrisa. Y se abrazaron nuevamente.

Antes de que Tepeguaje se fuera, “Brillantín” quiso saber, sumamente animado:

- ¿Cómo viste, verdad que sí ganamos? Ya me dijo que tendré trabajo seguro.

Pero Tepeguaje no le mentiría:

- Faustino, aunque gane tu candidato, no habrá otro puesto para ti. Con este griterío, el candidato ni te escuchó, no entendió lo que le dijiste. Seguirás siendo velador.

- ¡A ver, a ver cabrón!, ¿explícate? -le respondió en tono molesto, porque además no le gustaba que lo llamaran por su nombre, sino que le dijeran Brillante.

- La verdad, a ti te están explotando. Te ocupan para acomodar sillas. Es lo que haces en todas las campañas. Eres bueno para eso.

“Brillantín” sonrió de mala manera. Y sólo cuando Tepeguaje se alejaba, le gritó:

- ¡Pinche puto amargado, que no te vuelva a ver por aquí!…

Tepeguaje pudo haber jurado que entre el gentío se encontraba aquella señora que conoció en un camión, a la que un candidato le prometió trabajo para sus nietos.

Aquel día “Brillantín” regresó a su casa más tarde de lo normal. Su esposa ya le tenía preparado un lonche y pronto volvió a salir para llegar a tiempo a su trabajo de velador. Las palabras de Tepeguaje lo perseguían. Seguía molesto.

Las campañas continuaron con el mismo tono en todos los partidos y candidatos: el escándalo de la música, la utilización de recursos públicos, las frases que no dicen nada. Y, por supuesto, los tantos y tantos “Brillantín”, necesarios para el acarreo de personas, muchas de las cuales asisten sólo para calmar el hambre con una torta y un refresco, o para quedarse con una camiseta o cachucha regaladas. 

Todos los partidos están secuestrados por grupos de sujetos y sus familias que se reparten los cargos públicos como si fueran propios: que para el esposo, la esposa, los hijos, sobrinos, primos, amigos, compadres, yernos, ahijados…

Y cuando por alguna razón pierden su influencia ahí, se presentan públicamente como víctimas y se van a otros partidos.

Todos cortados con la misma tijera.

* Lo anterior son extractos del relato literario La Generación del Cacahuate, título que también lleva mi libro.

A la venta (130 pesos) en librería de la biblioteca Magna de la UAN; en librería Alas de Papel: Brasilia 42-a, Ciudad del Valle, a un costado de hospital San Rafael.

* Se pide a medios de comunicación NO plagiar las notas de Relatos Nayarit.

 

 

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