* Eréndira Acosta pide ayuda al gobierno de México para frenar la orden de que Isabella, de cinco años, sea llevada a Estados Unidos, de donde salieron prácticamente huyendo por el maltrato que su pareja daba a sus hijos.
En el año 2008, en la ciudad de Tijuana, Eréndira Acosta Virgen conoció a Jaime Ávila Márquez y, con el tiempo, la relación pareció ser seria. Jaime dijo aceptar a los dos hijos de ella, un adolescente y un niño, y los tres cruzaron la frontera, indocumentados, para irse a vivir con él al condado de Fresno, California.
Pronto, todo cambió.
Nacido en Estados Unidos e hijo de mexicanos, Jaime se negó a contraer matrimonio con Eréndira para que accediera a beneficios sociales. A sus hijos los llamaba “bastardos” y les ponía apodos: “¡negro!”, le gritaba a uno de ellos. Al otro, más chico, “un día le dejó pintada la pierna, al golpearlo con un cable”. Y repitió que éste, el pequeño, era “un puerco”, cuando se enteró de una delicada infección y de la que, por aparente miedo, el niño prefirió ocultar hasta que dejó mucha sangre en el baño y fue descubierto.
Los niños guardaban silencio, sometidos, humillados.
Eréndira cuenta a este reportero que ella sí encaró a Jaime, sí le reclamó, pero no obtuvo resultados: atrás de él estaba la influencia de su familia, que no la aceptaba con sus hijos. Y en esas quedó embarazada, pero se negó a abortar como él lo propuso.
El niño enfermo necesitaba una operación que costaría entre ocho y 10 mil dólares que Eréndira no tenía, pero consiguió la intervención gracias a la flexibilidad de un seguro médico para niños que van a la escuela.
“Siempre comíamos frijoles, arroz y papas. Nunca me dio dinero para comprar el mandado. Él pagaba con su tarjeta. ‘¡Que traguen frijoles!’”, le respondía cuando faltaba comida.
Pero ni el nacimiento de Isabella cambió la actitud de Ávila Márquez, por lo que Eréndira entendió que lo único que le quedaba era irse con sus hijos.
LA FUGA
Eréndira seca las lágrimas y reflexiona que no se trataba de un simple abandono a Jaime, o de una sustracción de la niña como se le pretende achacar, sino que era huir de alguien, consumidor de drogas, que tenía sometidos a sus hijos, con humillaciones día tras día.
Sentada en una banca en la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN), Eréndira recuerda que a Jaime le empezó a decir que un día se iría, pero no la tomó en serio.
Sin dinero, empezó a guardar monedas que quedaban por ahí. Finalmente, el 16 de abril del 2012 tomó sus cosas y manejó un automóvil color blanco desde Fresno hasta Los Ángeles –con gasolina de esas monedas guardadas- llevando consigo a sus tres hijos. Isabella tenía un año y tres meses.
Ya en Los Ángeles abandonó el carro en cualquier parte y dejó las llaves pegadas. Localizó a un familiar que la sacó a Tijuana y abordonó un autobús con destino a Tepic. De ahí a Xalisco, con su familia.
Creyó que ahí terminaría la pesadilla de Fresno. Pero se equivocó: Jaime pronto la contactó por teléfono. “Me hablaba todos los días en la tarde o en la noche; me pedía perdón, decía que me quería y también a mis hijos y que regresara con él. Que iba a cambiar”…
El 22 de abril del 2013, la llamada de Jaime fue a una hora inusual: al mediodía y nada más para avisarle que ya había salido de trabajar. En realidad quería cerciorarse de que Eréndira estaba en su casa, porque unos minutos después se encontró con una mujer y dos hombres de la Policía Federal o Interpol que en taxi la condujeron al Juzgado Mixto de Xalisco, llevando a Isabella. Y ahí estaba Jaime, que venía por la niña.
“¿Y MI PAÍS, DÓNDE ESTÁ MI PAÍS?”…
Tal y como se indicó en Relatos Nayarit el jueves 21, la disputa por Isabella no sólo es entre sus padres sino que involucra a autoridades judiciales de ambos países.
Hay una orden de autoridades de California para que la niña sea llevada a Estados Unidos, mientras que la situación de Eréndira es compleja: inicialmente aceptó regresar con Jaime para no ser separada de la niña, pero le fue negada la visa. Y más: en Estados Unidos podría ser detenida debido a los cargos que le achaca Ávila Márquez, el cual, cree, “me ha puesto una trampa. Si voy, nunca volveré a ver a mi hija”.
Hace dos semanas, sorprendida por un inesperado llamado al juzgado, nuevamente se encontró con Jaime, exigente en llevarse en ese momento a la menor. La orden fue frenada mediante un amparo ya citado la semana pasada y que interpuso el abogado Máximo Rodríguez.
“¡Le lloré mucho al juez. Le supliqué. Le conté todo!,…no soy mala madre, a mi hija nunca le he inculcado odio a su papá y voy a pelear hasta lo último que existe por ella”…
Ahora, debe presentarse al juzgado una vez por semana y llevar a la niña.
En torno a Eréndira y de este reportero, Isabella se mueve sin descanso. “¡Mami, ahora voy para allá!”, exclama mientras señala áreas verdes de la casa universitaria.
Eréndira vuelve a hablar:
“Dicen que hay una orden de Estados Unidos para llevársela, pero, ¿y mi país, dónde está mi país para que nos apoye y defienda?, ¿nuestro gobierno?, para que se sepa cómo vivíamos allá y que por eso nos venimos; Jaime dice que porque es una orden de Estados Unidos puede llevarse a la niña. Nos ven chiquitos”.
Isabella no se detiene. Sigue jugando con una figura infantil. Su vestido de princesa es a tono con sus ojos verdes.
El vestido no es para menos: está cumpliendo cinco años.
(Eréndira y su hija Isabella. Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit)