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“¡Pecho tierra, pecho tierra!”: cuando paramédicos quedan en zona de “¡fuego cruzado!”

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* Paramédicos de la Cruz Roja jamás se imaginaron que mientras revisaban a una persona baleada, se desataría otro tiroteo a unos cuantos metros de distancia.

 

Les notificaron un suceso de violencia con arma de fuego y se dirigieron con cautela. Por el camino  pidieron se les confirmara si la zona ya estaba segura, con policías estatales, municipales, el Ejército y la Marina. Así era, les avisaron vía radio.

Cuando llegaron al lugar, procedieron a revisar a la víctima. Había muerto, pero el operativo continuaba y se produjo una segunda balacera a menos de 20 metros de donde estaban los tres paramédicos de la Cruz Roja. 

“¡Pecho tierra, pecho tierra!”, gritó un policía.

Los paramédicos se arrastraron detrás de un vehículo para protegerse y avanzar poco a poco, mientras el tiroteo continuaba. Parecía que cada bala los alcanzaba. Cada uno llevaba puesto un chaleco con la característica Cruz Roja de la institución, la única defensa que tienen.

Por radio, uno de ellos avisó a su centro de operaciones que habían quedado en “¡fuego cruzado!”.

Siguieron avanzando hasta una esquina y sólo se pusieron de pie hasta dar vuelta en ella. Por inercia, un elemento de la Marina encañonó al paramédico que iba adelante, pero luego los encaminó para que salieran de ahí, apoyándolos también un grupo de policías.

Terminaron por alejarse varias cuadras y allá dejaron la ambulancia, la que fue recogida más tarde con la ayuda de otros compañeros. Hasta entonces se dieron cuenta que traían raspaduras en los brazos.

Para quienes trabajan o son voluntarios en la Cruz Roja, resulta crucial que cuando ingresan a una zona de riesgo, especialmente tras efectuarse tiroteos, ya se encuentren policías locales o fuerzas federales, pero si no hay seguridad de ello, preferible no ingresar puesto que se expondrían a ser blanco de algún ataque. Sin embargo, como se indicó inicialmente, nunca se sabe si habrá más disparos.

Una segunda anécdota contada a este reportero se refiere al arribo a un lugar donde se produjo un tiroteo. Encontraron a una persona herida y procedieron a prestarle auxilio. Ante el temor de que el grupo agresor regresara para rematar a la víctima, la ambulancia fue escoltada por policías durante el traslado a un hospital.

Y aquí otro caso, de esos que un paramédico jamás olvida: el conductor de un camión de carga se detuvo en el libramiento. Un familiar que lo acompañaba hacía rato no respondía a sus palabras, acostado en el camarote. 

Uno de los paramédicos intentó animarlo pero todo fue en vano. Estaba muerto. El chofer entró en una fase de negación: “¡no es cierto, no es cierto!”, repetía. Sacó el dinero de su cartera y se lo ofreció, hincado: “¡por favor llévatelo a un hospital, llévatelo!”. Pero ya no había nada que hacer. Poco a poco fue aceptando la situación.

“La Cruz Roja es nuestra primera casa”, bromea uno de los elementos de mayor experiencia. Trabajan 48 horas y ahí comen y duermen, y descansan otras 48, pero si por alguna razón falta personal, los que están de descanso se presentan como voluntarios.

Seguramente esta nota busca al menos ofrecer un reconocimiento a estos paramédicos en una época de extrema violencia en Tepic, muchos de ellos muy jóvenes, o quienes laboran en Protección Civil, porque de lo que ellos hacen depende una vida.

Aceptaron hablar con este reportero previa autorización de la delegación de Cruz Roja, con la única petición de no revelar ninguna identidad, ni de ellos ni precisar los casos anotados.

Reseñan que cuando ingresan a una zona de alto riesgo no sólo está latente el peligro, sino que confirman la información que los familiares de las víctimas quieren saber y los persiguen con una pregunta: ¿está vivo?. Así les sucedió un día, tras una balacera, por lo que la policía les tuvo que apoyar para que se alejaran luego de confirmar un deceso.

Todos con estudios que los acreditan como técnicos en urgencias médicas, cuentan que antes que nada son paramédicos por el gusto que tienen por ayudar; incluso, hay algunos que se iniciaron en esas tareas desde la niñez, pero saben que nunca deben jugar a hacerle al héroe, sino cumplir con los protocolos de seguridad. 

Y como lo resumen: “no es un trabajo común y corriente”. Y menos para gente tan joven.

(Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit) 

 

 

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