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04
Mié, Dic
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Ápa

quiero contarle unas cosas:

que usted levantó cercos de púas

en la aurora de los días

ya hace muchos años

y yo fui su ayudante

fiel acompañante,

una herencia que atesoro.

Intenté ser el mejor aprendiz

pero la verdad

a la postre

nunca conseguí

colocar esas hebras de poste a poste.

 

Quiero repetirle que usted

provisto de una soga,

barra, hacha y machete

y algo más:

martillo y montón de grampas

tejió el alambre de metal

alrededor de la parcela

que fue su cuna

protegiendo el nuevo sembradío

en jornadas inolvidables

expuesto al sol sin quejarse

trayendo su sombrero

concentrado en la tarea con creces

estoy seguro, su gozo

deteniéndose a veces

para limpiar el sudor con su pañuelo rojo.

 

Quiero recordarle de amaneceres con chubasco

yo, niño aún

nubes chaparras en mis manos

cayendo desde el cielo azul

persiguiéndome

pequeño duende

acariciándome la cara

jugando con mi cuerpo

apenas dejando ver

sorpresas en nuestros caminos anchos,

maravillas brotando de un baúl:

un conejo, inalcanzable con su gracia

una venada, que su libertad afianza

una parvada de pájaros

alegres, pícaros

una serpiente que me asusta

y el rocío

finísima capa

hielo diminuto

mojando mis zapatos y pantalones de trabajo.

 

Quiero contarle que ahora tengo

los mismos años

y no me engaño

cuando me decía

que se le volaba el sueño

fácilmente,

que ya no dormía

lo suficiente,

que las ocupaciones lo hacían

levantarse de repente,

y en las mismas ando

ya rondando los sesenta.

 

Ápa

muchas personas me han dicho que me le parezco:

callado usted

y yo todavía más

la misma ceja, ojos y nariz

los gestos y el andado,

son palabras que agradezco

que me gusta oír

y le confieso:

nos parecemos hasta en las preocupaciones

en cómo peinamos el cabello

pero dejo en claro una cosa:

yo no le llego ni a los talones

usted sabía sacar niveles en los cimientos

construía bardas

ponía ventanas

echaba firmes en el piso

enjarraba paredes

y yo nunca supe hacerlo;

seguro por ello

en estos días

nostálgico por esa época a su lado

escribo cosas que recuerdo:

el casco rojo que usaba como obrero

sus manos gruesas

la vida del labriego

más allá de parcelas y montañas.

 

Por todo eso, insisto

quiero contar quién es mi papá

la mitad de lo que estoy hecho:

me dio a beber agua con sus manos

recogida de fascinantes arroyos

yo tenía siete, ocho años

me echaba aire con su sombrero

yo sudaba en la cama en el verano

me enseñó a distinguir cabrillas

y un arado en despejadas noches

brillantes estrellas, compañeras de la luna.

 

Ápa

yo tengo su sombrero

su machete

toneladas de recuerdos:

‘la medida’ de maíz que pocos saben,

la quema en la parcela de caña

a la hora precisa

lumbre poderosa

resplandeciente en nuestras caras,

el tizne negro

la voz de alerta, cuidándonos del fuego

grabada como hierro.

 

Ahora necesito que estas palabras vuelen

no sé cómo

llegarán

donde usted se encuentre,

allá

que las palabras enmudecen,

eterno horizonte

de praderas andadas,

luz de sol naciente

jornada tras jornada

surco que acogió sus pisadas

su discreta mirada

y en sobre

con mi nombre,

un presente:

un abrazo fuerte

un beso de mi parte.

 

* Dedicado al recuerdo de mi papá J. Guadalupe Verdín Bueno, hombre trabajador, obrero en el Ingenio de Puga y productor de caña.

En la fotografìa, de espaldas, un día en su parcela, alrededor de 1990.

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