* “Quería estudiar, ser algo en la vida”, afirma el joven Gilberto Murillo, que ahora enseña a sus amigos con ceguera el manejo de la computadora.
* Reclaman la falta de oportunidades de trabajo, a pesar del esfuerzo que realizan y talento con que cuentan.
Es el último de 11 hermanos y haber nacido a los seis meses de embarazo de su madre, le provocó a Gilberto Murillo Sánchez problemas en la vista. Y si a eso se añade que cuando tenía 13 años cayó de un caballo y sufrió desprendimiento de retina, ello pronto se convirtió en una ceguera total.
Unos años después, decidido a buscar otras opciones de vida, salió de su pueblo natal Los Murillo, municipio de Tecuala, y llegó a una escuela de invidentes en Querétaro. “Quería estudiar, ser algo en la vida. Lo analicé y me fui el uno de septiembre del 2005”. Entonces tenía 19 años.
En la Unión de Minusválidos de Querétaro –un estado donde considera hay más conciencia por la situación-, Gilberto aprendió a leer y escribir con el sistema Braille, técnicas de movilidad, computación, educación especial, pero también estudió la carrera de Trabajo Social en un plantel donde era el único invidente.
“Ir a una escuela regular me permitió crecer. Los maestros se adaptaron a mi. Recuerdo que al principio uno me decía: ‘¿cómo le voy hacer contigo?’”.
De regreso a Nayarit en el 2009, ya casado y con una hija que ahora tiene cinco años, Gilberto se topó con la realidad del estado, donde son pocas las oportunidades de trabajo para quienes tienen capacidades diferentes.
Estudió entonces para abogado y en el 2012 egresó del Centro Universitario ISIC. Dice que trabaja en una tesis que titulará Discriminación Laboral Contra las Personas con Discapacidad en el que abordará su experiencia personal.
“Batallas mucho. He presentado solicitudes de trabajo en el gobierno y no hay oportunidades”.
Pero Gilberto Murillo no es egoísta.
En el domicilio de Zapata 343, entre P. Sánchez y Guadalajara, los martes imparte un curso gratis de computación a personas con ceguera. Son sus amigos.
Ahí se les encuentra. Ahí se reúnen y se identifican.
Este martes acuden a la clase el anfitrión Fernando Dueñas, su sobrino Rafael López Dueñas –todo un talento para cantar-, la joven de 21 años María Guadalupe Chan Fernández –acompañada de su mamá Silvia Fernández-, y la señora Telma Ocegueda Pérez, en compañía de su esposo Manuel Díaz Aguilar que anota en un cuaderno cuanta indicación escucha.
Como buen maestro, Gilberto tiene toda la calma para que los estudiantes conozcan el teclado y sus herramientas. Se mueve alrededor de ellos y atiende cualquier duda. Cada uno trabaja en una computadora con adaptación especial para ciegos, que habla.
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“Somos un potencial pero como un motor parado, porque nos faltan oportunidades para nuestro desarrollo. Es cierto que el dinero no lo es todo pero sí es importante porque nos permite un mejor desarrollo, salud, alimentación, una vida digna”, añade Gilberto, quien además es voluntario en el PRI municipal.
Por su parte, Fernando Dueñas indica: “se está en un pozo y es triste. Si hay crisis, a los que tenemos alguna discapacidad nos va peor”.
Dueñas considera que ha faltado unión entre los distintos grupos de discapacitados para exigir a los gobiernos la toma de medidas legales que permitan su desarrollo.
En especial le preocupa la seguridad de muchachas como Imelda y Carla, de quienes este reportero escribió una nota hace unos meses, mojándose bajo la lluvia para vender sus galletas y ganarse la vida.
Y es que la capacidad la tienen. Y ahí están los casos de quienes se han reunido a enseñar o aprender computación. Lupita Chan toca el piano, es egresada de la Escuela Superior de Música y ha practicado atletismo, natación, además de estudiar inglés.
Rafael es reconocido por su canto. Y para alegrar el lugar le da vuelo a la garganta con la canción “Un motivo”, conocida en la voz de Vicente Fernández.
De acuerdo con Fernando Dueñas, ahora buscan quién los enseñé a bailar.
“Todo el conocimiento es bueno y la cultura y el arte es algo que alimenta el alma. Nosotros estamos en esa idea y por eso nos capacitamos, pero se necesita apoyo”.
(Gilberto Murillo y sus amigos, en la clase. Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit)
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