* Lo había olvidado, aunque obligado durante estos últimos 27 años a adelantar o retrasar el reloj dos veces al año.
Después que en 1996 se implementó el Horario de Verano, al cual se le puso fin hace unos meses, en las últimas semanas me fui dando cuenta de un extraño olvido: en mi niñez de mayo, junio, julio, o en mi juventud de esos meses, amanecía antes de las cinco de la mañana.
Y si he buscado en los recuerdos algún momento para ejemplificar, los mismos me conducen al trabajo de obrero eventual en el Ingenio de Puga entre los 16 y 21 años con un dato preciso: los turnos de relevo en época de molienda de caña eran de cinco a una del mediodía, de una a nueve de la noche, y de nueve a cinco de la mañana. Así que la jornada nocturna terminaba cuando ya clareaba el día.
Hasta parece que lo estoy viendo: la luz natural abriéndose espacio entre la oscuridad que moría, y bañando al departamento de envase de sacos de azúcar, el sitio donde más me gustó trabajar.
Lo había olvidado, aunque obligado durante estos últimos 27 años a adelantar o retrasar el reloj dos veces al año, a tener una hora más en una noche, y una hora menos en otra.
Puesto que el día de más luz del año sería el 21 de junio, a estos amaneceres aún falta sumarle unos minutos de mayor claridad.
Lo había olvidado: que amanecía antes de las 5
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