* No se debería resumir las muertes por Covid-19 a números. Aquí hubo personas con características únicas. Carlos fue una de ellas.
Un mediodía, concluida la misa, el sacerdote avisó a los asistentes, con toda seriedad:
- Aquí me voy a quedar un rato más, por si alguien quiere confesarse. Nada más que, ¿ya saben cómo son ahora las confesiones?: ¡deben pararse en la entrada de la iglesia y desde allá gritarme sus pecados!, ¡todos aquí debemos saberlos!
Las personas se quedaron en silencio. Si alguien pensaba confesarse, titubeó. Se voltearon a ver, pero segundos después se rieron cuando el padre les aclaró:
- ¡No se crean, es broma!
La anécdota sucedió hace unos 14 años en un templo de la colonia Ferrocarrileros en Tepic, y el protagonista el sacerdote Juan Carlos Aguilar García.
Aguilar García nació el 30 de enero de 1959 en Francisco I. Madero (Puga), municipio de Tepic; creció en el barrio Los Enamorados, a unos 200 metros de la iglesia donde esta tarde se programó una misa en su memoria, con sus cenizas, luego de su muerte el lunes uno de marzo por complicaciones con el coronavirus.
En Puga, mencionar su nombre completo podría parecer un tanto extraño, como desconocido, pero en cambio, citar “el padre Carlos” o más bien “Carlitos”, inmediatamente conduce a él.
Era de esas personas que resultaría imposible que se enemistara con alguien.
Se ganó el aprecio siendo auténtico.
Algo singular tenía en su cuerpo -quizás unos kilos de más-, su cara, su risa, que caía bien, sí o sí.
Además, desde muy joven tocaba la guitarra.
Y a lo anterior hay que añadirle su llamativa forma de bailar, como si trajera patines y no zapatos, rompiendo los bailes en la juventud junto a una muchacha, haciendo suyas las cumbias y las de banda.
Cuando el lunes por la noche se conoció su muerte, la Diócesis de Tepic reveló que el padre Carlos estuvo a cargo de parroquias de Las Varas, la colonia 2 de Agosto, el poblado Amado Nervo, y en Rosamorada. Tenía 23 años como sacerdote.
Había sido hospitalizado el seis de febrero.
También se informó que sus padres fueron José Aguilar Bañuelos y María del Consuelo García Orozco, y aquí hay que detenerse para hacer una mención con honor: la señora Chelo es inolvidable, parte de la historia del pueblo, porque preparó pozole durante varias décadas para sacar adelante a sus hijos y hasta poco antes de su muerte, ya anciana.
Pozole para llevar en alguna olla o pozole para comer ahí en su casa, en unas mesas largas con bancas de madera.
Durante más de 50 años fue popular ir a comer pozole con doña Chelo y acompañarlo de un “rebajado”: una mezcla de alcohol con refresco.
Fue el ambiente de trabajo de los primeros años del padre Carlos.
Hasta este dos de marzo, en Nayarit se contabilizan mil 592 personas fallecidas por Covid-19.
Es un conteo frío que repetimos los medios de comunicación y que no se detiene pero que cada vez parece tener un impacto menor; es decir, que realmente influya en muchas personas para mantener medidas de distancia que disminuyan la propagación del poderoso virus.
Sin embargo, la situación cambia cuando entre esas víctimas se encuentran personas que conocimos, familiares, amistades.
No se debería, pues, resumir las muertes por la pandemia a números. Aquí hubo personas con características únicas. Carlos fue una de ellas.
Que descanse en paz.
(Foto: Diócesis de Tepic)
*Se pide a medios de comunicación NO plagiar las notas de Relatos Nayarit.
El sacerdote que nunca dejó de bromear
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