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Dom, Ene

Una heroína: la maestra de inglés Justina del Carmen que donó sus órganos y salvó vidas

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* “A mi no me agradezcan nada, es a mi señora. ¡Ella es la chingona!, por eso su corazón estuvo aguantando varios días”, comenta su esposo Pablo Alejandro.

 

Durante la mañana del domingo 10 de septiembre, Pablo Alejandro Becerra Bernal caminó desde la puerta de terapia intensiva hasta la sala de quirófano del Hospital Civil de Tepic sin dejar de aplaudir y sin parar de llorar, junto a la camilla en que era transportada su esposa Justina del Carmen Echeagaray Motta, a quien llamaba “Hermosa”.

“Me despedí de ella. Le dí la bendición y ella a mi, pues yo me decía: ¡está viva!...”

En las siguientes horas, mientras Pablo y su hermana Martha Yadhira caminaban por el parque La Loma para buscar animarse, la maestra de inglés en la secundaria técnica número 25 en Estancia de los López, municipio de Amatlán de Cañas, se convertía en donadora múltiple de órganos: donó los dos riñones y una córnea que fueron trasplantados a pacientes del Seguro Social en el estado de Nuevo León, así como 50 músculos esquelético que se depositaron en un banco en Guadalajara, Jalisco.

La muerte de Justina del Carmen significaba más vida para decenas de personas.

En conversación con este reportero a través de una llamada por teléfono desde Amatlán de Cañas, Pablo Alejandro narra, emocionado hasta las lágrimas, que hay personas que lo han felicitado por la decisión de donar los órganos, pero él aclara:

“A mi no me agradezcan nada, es a mi señora. ¡Ella es la chingona!, por eso su corazón estuvo aguantando varios días. A mi hija Nazaret Guadalupe –de cinco años- le voy a ir explicando que su madre fue una heroína.”

 

Pablo, de 47 años, y Justina, que murió de 46, se conocieron en Guadalajara cuando ambos eran jóvenes estudiantes. Pablo había trabado amistad con un hermano de Justina.

El martes 29 de agosto, la maestra, que contaba con maestría y doctorado e impartía clases de inglés en su casa a niños y adultos, subió a una cuatrimoto para irse a trabajar a Estancia de los López, distante de Amatlán algunos siete kilómetros. Se despidió de su esposo poco antes de las 9:30 de la mañana, y unos 20 minutos después Pablo era avisado que Justina había sufrido un accidente, una volcadura en la carretera.

Trasladada a Tepic en una ambulancia, para el mediodía era ingresada al hospital del ISSSTE y, unas seis horas después Pablo recibía el primer aviso: no se podía hacer nada por su esposa, le indicó un médico.

Todo pasaba en un abrir y cerrar de ojos.

Algo debía hacerse, insistía Pablo. Incluso, intentó trasladar a su esposa al Hospital Puerta de Hierro, donde sería operada, y luego regresarla al ISSSTE, pero el neurocirujano pidió que fueran revisados los ojos de la paciente para verificar si tenía reacción a la luz. El resultado fue negativo. Los ojos estaban fijos en la nada.

El 30 de agosto la maestra fue llevada a piso, lo que permitía que Pablo Alejandro estuviera junto a ella, que le pusiera talco, crema, que le hablara: quería que ella se quejara, que moviera un dedo, un pie. Le compró un colchón especial para evitar las llagas.

“Yo hablé mucho con ella, de todos los temas posibles. Si iba al baño le decía: ‘ahorita regreso, pero por favor quéjate’; yo le decía ‘Hermosa’ porque tenía los ojos verdes, el cabello güero, la piel blanca. Cuando hablaba por teléfono con mi familia a Amatlán de Cañas y me pasaban a mi hija yo ponía el altavoz para que Justina la oyera. Mi hija rezaba por ella. La hemos ido preparando sobre lo que ha sucedido.”

El paso de los días no cambió la situación. Justina del Carmen podría permanecer en ese estado  durante días o semanas, pero lamentablemente no mejoraría. Eso sí, su corazón seguía fuerte, pero la muerte cerebral era real.

Desesperado, el seis de septiembre reflexionó sobre las cosas que habían hablado como pareja, y entre ellos el caso de la donación de órganos. Además, su esposa era una mujer sana, sin enfermedades degenerativas.

Para el jueves siete comentó con familiares que buscaría cumplir la voluntad de su esposa. Pablo Alejandro fue apoyado. Habló de ello en el ISSSTE y, aunque inicialmente con poca respuesta, unas horas después se comunicó con una trabajadora social del Hospital Civil, familiar del doctor Édgar Moisés Rivera Tejeda, coordinador hospitalario de donación.

Por la noche de ese jueves, su esposa fue valorada nuevamente, ahora por médicos enviados por Rivera Tejeda, confirmado que aún se estaba en tiempo de la donación de órganos.

Esa noche, Pablo fue canalizado con una psicóloga del hospital y pudo desahogarse.

En la madrugada del viernes ocho, una ambulancia los trasladaría al Hospital Civil.

Cargando una mochila, el colchón y tantas otras cosas, Pablo Alejandro cuenta que se sorprendió y empezó a llorar, “¡sentía feo, y sentía bonito, por mi Hermosa!”, cuando unos 20 empleados del ISSSTE despidieron a la paciente con aplausos.

El viernes ocho pudo entrevistarse con el doctor Édgar Moisés, quien, por separado, explicó a este reportero que cuando se cumplió al 100 por ciento con todo el proceso para cumplir la donación, se subió la información al Centro Nacional de Trasplantes (CENATRA) para conocer a los posibles aspirantes.

Para el caso, un jet con personal médico voló desde Monterrey para recibir los riñones y la córnea.

Pablo Alejandro señala que con el antecedente de los aplausos para su esposa en el ISSSTE, ya en el Hospital Civil se preparó para no dejar de aplaudir cuando Justina era conducida al quirófano el domingo 10.

Pablo agradece la atención que se recibió en el ISSSTE y en el Hospital Civil, y si acaso quedó algo inconforme puesto que el Servicio Médico Forense (SEMEFO) le entregó el cuerpo hasta el mediodía del lunes 11, cuando él hubiera querido trasladarlo desde la noche del domingo para tener más horas de velación.

Originaria de Mazatlán, Sinaloa, Justina del Carmen Echeagaray Motta fue sepultada el martes 12 en el panteón de Amatlán de Cañas.

De acuerdo con Becerra Bernal, aquí la heroína es su esposa y ello debe saberse, además de animar la donación de órganos.

Y ahora va ambientando poco a poco a su pequeña hija de lo que ha sucedido, para que crezca sabiendo la gran mamá que tuvo.

Pablo Alejandro comenta que no quiere saber los nombres de quienes recibieron los órganos de su esposa, pero le reconforta que 53 personas tendrán una mejor calidad de vida.

En paz descanse la maestra Justina del Carmen.

 

(Pablo, Justina y la pequeña Nazaret. Foto: cortesía)

 

 

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