* “Hay que saberse comportar. Darse el valor uno mismo y no devaluarse. En la vida, como te ven te tratan”, explica Montana.
Animados por la iniciativa de una pareja del mismo sexo, varones, que hace unas semanas formalizó en Tepic su iniciativa de matrimonio y ahora se encuentran a la espera de una sentencia de amparo –porque la solicitud fue negada por el Registro Civil-, otra pareja en condición similar, conformada por Gilberto y Montana, podría recurrir también a ello en Nayarit, aunque igualmente tendrían que tramitar un amparo o viajar al Distrito Federal donde el matrimonio de personas del mismo sexo es aceptado.
Montana se describe como una “chica transgénero”, pasiva, mientras que Gilberto es un bisexual activo; ha tenido novias e incluso con una de ellas hace tiempo estuvo cerca de vivir.
De Montana, que le lleva algunos años, Gilberto indica: “yo la admiro y la quiero como mujer”, y agrega que algunos familiares cercanos ya conocen la relación que existe.
Montana desmenuza el asunto, delicado y al que muchos se oponen:
“En la vida, como te ven te tratan. Muy joven me prostituí pero un día dije ‘¡basta, hasta aquí!’, y me di a respetar. El ser gay no quiere decir promiscuidad. Un día me dije que yo nací para mover gente, para ser líder y ahora tengo muchos años trabajando en centros de desarrollo del DIF municipal”.
Agrega que un punto importante es el estudio y la preparación de las personas, porque de otra forma se cree que el homosexual o la lesbiana están destinados a trabajos de peluquería, cantinas, cocina, costura y nada más.
Montana hace una crítica a los suyos:
“Hay un error de muchas personas transgénero: que es el bandalismo, los excesos en la vestimenta, en las minifaldas, en cómo se mueven por la calle y cómo hablan. Nosotros tratamos de llamar lo menos la atención, no nos escondemos pero tampoco nos andamos besando en la calle. No queremos dar espectáculos”.
Dice que ese darse a respetar le ha permitido desarrollarse plenamente. En su casa tiene un negocio de cocina –venden pozole, sopes y demás- que atienden los fines de semana, pero además de trabajar en el DIF va periódicamente a la penal y da cursos “de sandalia tejida y de cristales” a las mujeres en prisión.
También ha acudido a la Treceava Zona Militar para ofrecer lo que sabe en asuntos de cocina a las señoras del voluntariado, y ha participado en muestras gastronómicas.
Jamás, dice, ha sentido rechazo.
“Hay que saberse comportar. Darse el valor uno mismo y no devaluarse”.
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Sentados a una mesa en la casa de Montana, donde también vive su mamá, ambos explican que han platicado de los impactos social, laboral, económico y familiar que tendrían si llegan al matrimonio. Los puntos a favor y los contras.
Gilberto ha trabajado en una compañía como técnico en la instalación de electricidad en casas.
Explica que hace meses se enteró de un programa de descacharrización y, al buscar trabajo, conoció a Montana, una de las organizadoras. “Yo fui quien le propuso matrimonio, la admiro y la quiero como mujer”.
Gilberto juega de defensa en un equipo de futbol en categoría libre.
Montana insiste:
“A donde vamos juntos, a mi trabajo, yo lo presento como mi esposo. Le digo que entre más nervioso se ponga habrá más críticas. No debemos ser vulnerables, todos somos iguales”.
Siendo muy joven y jugando voleibol, los equipos participantes consiguieron uniformes de cigarrera La Moderna que llevaban el nombre de algún tipo de cigarros.
En su playera decía Montana y desde entonces se quedó con el nombre.
(Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit)