Ápa
quiero contarle unas cosas:
que usted levantó cercos de púas
en la aurora de los días
ya hace muchos años
y yo fui su ayudante
fiel acompañante,
una herencia que atesoro.
Intenté ser el mejor aprendiz
pero la verdad
a la postre
nunca conseguí
colocar esas hebras de poste a poste.
Quiero repetirle que usted
provisto de una soga,
barra, hacha y machete
y algo más:
martillo y montón de grampas
tejió el alambre de metal
alrededor de la parcela
que fue su cuna
protegiendo el nuevo sembradío
en jornadas inolvidables
expuesto al sol sin quejarse
trayendo su sombrero
concentrado en la tarea con creces
estoy seguro, su gozo
deteniéndose a veces
para limpiar el sudor con su pañuelo rojo.
Quiero recordarle de amaneceres con chubasco
yo, niño aún
nubes chaparras en mis manos
cayendo desde el cielo azul
persiguiéndome
pequeño duende
acariciándome la cara
jugando con mi cuerpo
apenas dejando ver
sorpresas en nuestros caminos anchos,
maravillas brotando de un baúl:
un conejo, inalcanzable con su gracia
una venada, que su libertad afianza
una parvada de pájaros
alegres, pícaros
una serpiente que me asusta
y el rocío
finísima capa
hielo diminuto
mojando mis zapatos y pantalones de trabajo.
Quiero contarle que ahora tengo
los mismos años
y no me engaño
cuando me decía
que se le volaba el sueño
fácilmente,
que ya no dormía
lo suficiente,
que las ocupaciones lo hacían
levantarse de repente,
y en las mismas ando
ya rondando los sesenta.
Ápa
muchas personas me han dicho que me le parezco:
callado usted
y yo todavía más
la misma ceja, ojos y nariz
los gestos y el andado,
son palabras que agradezco
que me gusta oír
y le confieso:
nos parecemos hasta en las preocupaciones
en cómo peinamos el cabello
pero dejo en claro una cosa:
yo no le llego ni a los talones
usted sabía sacar niveles en los cimientos
construía bardas
ponía ventanas
echaba firmes en el piso
enjarraba paredes
y yo nunca supe hacerlo;
seguro por ello
en estos días
nostálgico por esa época a su lado
escribo cosas que recuerdo:
el casco rojo que usaba como obrero
sus manos gruesas
la vida del labriego
más allá de parcelas y montañas.
Por todo eso, insisto
quiero contar quién es mi papá
la mitad de lo que estoy hecho:
me dio a beber agua con sus manos
recogida de fascinantes arroyos
yo tenía siete, ocho años
me echaba aire con su sombrero
yo sudaba en la cama en el verano
me enseñó a distinguir cabrillas
y un arado en despejadas noches
brillantes estrellas, compañeras de la luna.
Ápa
yo tengo su sombrero
su machete
toneladas de recuerdos:
‘la medida’ de maíz que pocos saben,
la quema en la parcela de caña
a la hora precisa
lumbre poderosa
resplandeciente en nuestras caras,
el tizne negro
la voz de alerta, cuidándonos del fuego
grabada como hierro.
Ahora necesito que estas palabras vuelen
no sé cómo
llegarán
donde usted se encuentre,
allá
que las palabras enmudecen,
eterno horizonte
de praderas andadas,
luz de sol naciente
jornada tras jornada
surco que acogió sus pisadas
su discreta mirada
y en sobre
con mi nombre,
un presente:
un abrazo fuerte
un beso de mi parte.
* Dedicado al recuerdo de mi papá J. Guadalupe Verdín Bueno, hombre trabajador, obrero en el Ingenio de Puga y productor de caña.
En la fotografìa, de espaldas, un día en su parcela, alrededor de 1990.