* En el caso Tuxpan, comparecen testigos que identifican a Ramón Ángel como el autor material del homicidio de Édgar Alberto.
* Peritos vuelven a sufrir en audiencia, aceptando errores durante sus responsabilidades en el caso.
El mecánico Gerardo oscila en los 50 años y es un fortachón de esos que van a gimnasio. Es uno de los testigos clave –se indicó ayer aquí- que no había sido localizado para comparecer al juicio que se sigue contra Ramón Ángel, acusado del homicidio a balazos de Édgar Alberto, el pasado 20 de enero en Tuxpan.
Precisamente con Gerardo reinició el juicio oral este martes. Apenas tuvo a la vista a Ramón Ángel, lo miró retador, dibujando una sonrisa y con un ligero y repetitivo movimiento de cabeza, en tanto que el otro desde su asiento, al lado de su defensor particular, le sostenía la mirada muy serio. Ambos, literalmente encabronados.
Lejos quedó la sonrisa y el guiño con el que Ramón Ángel saludó a familiares que asistieron a la audiencia, a lo que un policía reaccionó pidiéndole no voltear hacia atrás.
“Éramos conocidos”, dijo Gerardo de Ramón “El Borrego”. Y “era mi primo”, respecto al fallecido “Beto”.
Cuestionado por un agente ministerial sobre lo sucedido alrededor de las ocho de la noche del 20 de enero, afuera de la casa del acusado, recordó que él y su primo viajaban en una motocicleta cuando se encontraron a su hijo, también de nombre Gerardo, platicando con “El Borrego”, que ingería cerveza con varias personas afuera de su casa.
Gerardo-hijo pedía a Ramón que le regresara una motocicleta, que aparentemente tomó porque el otro no le devolvía una esclava.
Beto intercedió a favor de su pariente, a lo que, añadió el testigo, “El Borrego” sacó una pistola de su vehículo Nissan tipo Armada, del lado del copiloto, y le disparó a quemarropa.
Herido, Beto habría dado unos pasos hasta caer, y después, dijo, recibió más disparos y ofensas verbales: “¡no que muy huevudo!”, en tanto que a él lo amenazó varias veces.
“Yo quedé en shock. Él sabe que ni las manos metimos, no estábamos armados”.
A pregunta ministerial, Gerardo señaló a Ramón Ángel con los dedos de su mano derecha: “es él”.
Cuando el defensor particular interrogó al testigo, varias veces hubo un intercambio rápido de palabras, por lo que Gerardo no atendía la indicación, aparentemente molesto, de que no se apresurara a contestar para dar tiempo, en dado caso, a una objeción. Esa circunstancia se presentó varias veces e, incluso, el juez presidente del Tribunal de Enjuiciamiento Rodrigo Benítez Pérez lo apercibió que si continuaba su actitud de mala fe podría imponerle una medida de apremio, como el arresto.
Las interrogantes de la defensa eran similares y versaban sobre el lugar donde él estaba cuando El Borrego supuestamente sacó la pistola de su carro para disparar a Beto. Gerardo precisó que se encontraba arriba de su motocicleta. Otra pregunta era saber si la puerta del copiloto había sido cerrada o quedó abierta.
En su oportunidad, Gerardo-hijo, que según la narración llegó antes que su papá y Beto, habló de que El Borrego estaba tomando junto a “El Mucio y Paco Peña”.
Aseguró que el ahora fallecido estaba en la motocicleta –describiendo con un pie abajo- cuando se produjo la agresión. Escuchó unos cuatro balazos y corrió. Más adelante oyó más disparos. Recordó que la mamá de Ramón Ángel le pedía a su hijo que entregara la motocicleta.
La defensa nuevamente interrogó sobre el lugar preciso de los disparos o si el vehículo quedó con una puerta abierta. Recordó que su pariente se bajó de la motocicleta estando herido, caminó unos pasos y cayó. No se dio cuenta si la Armada quedó con sangre.
También testigo, “Paco” Peña reveló un dato: no había nadie más tomando con él y El Borrego. Dijo que al pasar frente a la casa del ahora acusado, éste lo invitó a tomarse unas cervezas y en un depósito compraron dos ballenas. Un hijo de El Borrego los acompañó. De regreso, el niño entró a su casa y ellos se quedaron afuera.
Paco Peña narró haber quedado de espalda al vehículo Armada y de frente a Ramón Ángel. Vio una luz acercándose y posteriormente se dio cuenta del arribo de los dos Gerardo y el ahora finado. Los escuchó hablar de una motocicleta y vio cuando El Borrego fue a su camioneta y al regresar disparó contra al que llamó “el finadito”. Añadió que al primer balazo sintió que le caían chispas y quedó aturdido. Vio caer a la persona y después escuchó más disparos. Se alejó inmediatamente.
Por separado, Paco y Gerardo-hijo señalaron directamente a Ramón Ángel, en la sala.
SACUDIDA A FISCALÍA
A lo largo de este martes comparecieron peritos de la Fiscalía General del Estado (FGE) que participaron en el caso desde sus distintas responsabilidades.
En el testimonio de cuatro de ellos pudo estar presente este reportero. Y hubo tres que batallaron, sufrieron.
Un médico que realizó la autopsia, habló de la preparación con que cuenta, de que durante meses estuvo en capacitación con médicos que tienen muchos años de experiencia en el tema, de cursos a propósito de nuevo sistema de justicia, sin embargo, al ser interrogado por la defensa aceptó que no cuenta con especialidad en medicina forense.
Recordó que aquella noche de enero se dirigió a Tuxpan para recibir el cuerpo de parte de otro médico para el traslado al Servicio Médico Forense (SEMEFO) en Tepic, y cumplir con la cadena de custodia.
- ¿No es especialista en medicina forense y así emitió el dictamen, es correcto?.
- Es correcto.
El médico habló de siete balazos de entrada en el cuerpo sin vida, pero no todos los proyectiles fueron localizados, pese a la búsqueda.
- ¿Le sacó radiografía? –al cadáver-.
- No, no tenemos el aparato de rayos X en el SEMEFO.
Hubo una pregunta que mereció una inmediata objeción de la agencia ministerial. Era de alarma.
- ¿Los disparos eran estando de pie? –la víctima-.
- Es una pregunta conclusiva, no es competencia del testigo –se reclamó-.
El juez presidente aceptó válida la objeción.
De igual forma, el médico aceptó que en el traslado de Tuxpan a Tepic, el cuerpo fue introducido a una bolsa de cadáver, pero, respondió, “no señor”, cuando se le preguntó si las manos del cadáver fueron cubiertas.
En otra parte aceptó que en este caso no se cumplió con el debido protocolo.
Había momentos en que la agencia ministerial reclamaba que el defensor pretendía confundir, iniciando comentarios en los que concluía las respuestas.
Otro testigo, un perito en fotografía que acompañó a una criminalista al lugar donde quedó la camioneta Armada –tras un operativo de detención de policías federales-, en la carretera internacional 15, tomó 37 fotografías que fueron reveladas en un negocio ubicado en Plaza de Álica, es decir, un establecimiento particular, lo que podría resultar una alerta en el nuevo sistema de justicia.
El perito habló de “manchas rojas” fijadas en sus fotografías, por ejemplo en la puerta del lado del copiloto o en un escalón para subirse a la misma.
Más adelante, a pregunta ministerial aseguró que le sería imposible recordar todas sus fotografías por la cantidad de hechos a los que es llamado.
Otra testigo, una perito en genética, describió su participación en un estudio de comparación entre la sangre encontrada en la camioneta Armada y en el pantalón del acusado, resultando una correspondencia con la sangre de la víctima, según explicó.
Describió que ella fungió como acompañante de otro perito para mantener el control de calidad, por ejemplo, si él requería tijeras para cortar una porción del pantalón del acusado, ella se la proporcionó, a fin de que su colega no tuviera contacto con objetos extraños.
Otra perito, en criminalística, habló de su trabajo aquella noche: ir a la altura del kilómetro 21 más 976 de la carretera 15 donde quedó la Armada para la recolección de evidencias, por ejemplo, un casquillo de arma nueve milímetros encontrado en el piso del asiento del conductor, una cachucha, un teléfono, un juego de llaves, así como ordenar la toma de fotografías. Mencionó manchas rojas en la puerta delantera derecha y el estribo.
Añadió que para ver con más luz y para no entorpecer la circulación, el vehículo fue trasladado a la Fiscalía General, donde continuó la búsqueda.
Varias veces, la perito, aparentemente por nervios mencionaba manchas rojas en la puerta izquierda, pero luego corregía citando que era en el lado derecho.
Al responder sobre las distintas evidencias, la agencia ministerial indicó que una vez “sentadas las bases”, le fueran mostrados los citados objetos. La defensa no se opuso: eran el citado casquillo, llaves, teléfono, cachucha, y luego, identificados por ella, ingresados al juicio.
La perito describió en un monitor de la sala una a una diversas fotografías en las que se aprecian manchas rojas: en la puerta delantera derecha, puerta posterior, en asiento delantero del lado derecho y más.
La defensa le cuestionó por los artículos que había utilizado durante la recolección de evidencias. Ella mencionó desde guantes hasta pinzas, pero la defensa habló de una contradicción y pidió que le fuera mostrado el respectivo informe. Después realizó diversos comentarios, lo que la agencia ministerial reclamó. El juez insistió al defensor que no se estaba en la etapa para hacer conclusiones.
El asunto es que a la perito le faltó asentar en su informe algunos datos.
Y ello quedó claro cuando una audaz agente ministerial fue a su rescate, preguntándole de quién era la mano que aparece en fotografías con guante color azul.
- Es mía, sí utilicé guantes.
- ¿Y por qué no lo plasmó en su informe?.
- Por olvido, pero sí los utilicé.