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Salvador Lazarini: trascender la muerte a través de un almendro

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* El garrotero de trenes que leyó miles de libros habló de su momento: sería incinerado y sus cenizas enterradas en la playa Los Cocos, debajo de un almendro.

 

“Yo no me voy a morir, yo voy a trascender”, contaba el señor Salvador Lazarini Ontiveros, apreciado por muchos que lo conocieron hace decenas de años en su zapatería de México y Abasolo –contra esquina de Palacio de Gobierno-, y que posteriormente se convirtió en el puesto de periódicos y revistas Mafalda, nombre en honor de una de sus nietas.

Garrotero de trenes en la juventud, a los cinco años aprendió a leer de tanto oír a una de sus hermanas que recitaba cuentos de Walt Disney, según contó a este reportero en junio del 2018.

“Mi papá nunca me dijo ‘tienes que leer’, pero desde que yo me acuerdo, siempre lo veía leyendo, en su cuarto, en la zapatería, donde él estuviera. Debió haber leído más de cuatro mil libros”, estima su hijo Alcibiades Lazarini.

Agrega que un domingo de 1982, don Chava llevó a su familia a comer ostiones a Aticama, municipio de San Blas, y avisó que sería el último alimento animal que probaría. Y cumplió: nunca más carne, pollo, pescado.

Concentrado en lecturas de filosofía hermética, también frecuentaba, para meditar, una extensión de tierra que adquirió junto a otras personas a unos kilómetros de La Yerba, municipio de Tepic, y en la que hicieron una donación a indígenas para la creación de la comunidad Otatiste.

Precisamente en esa zona se encontraba la madrugada del domingo 20 de octubre cuando sufrió la parálisis de una parte del cuerpo. Se había levantado para ir al baño y tuvo una caída. Al amanecer, advirtiendo la seriedad de su situación, fue internado en el hospital 1 del Seguro Social.

Alcibiades estima que el personal médico le dio prioridad a la lesión de la cadera, cuando lo urgente estaba en el cerebro.

El corazón de Lazarini dejó de latir a las 2:30 de la madrugada del jueves 24 de octubre.

En su familia, abunda Alcibiades, hablar de la muerte ha sido lo más común, no sólo por su papá, sino también su mamá Blanca Emma Arciniega Lizarrarás.

Don Chava repetía un deseo: llegado el momento, quería ser incinerado inmediatamente después de su muerte junto a la sábana de su último aliento. Y sus cenizas debían enterrarse en el patio de una casa en la playa Los Cocos, de su hija Mónica y su esposo Carlos Fernando Reynoso, puesto que, decía, no había mejor lugar para ver el atardecer. Y otra petición: encima debían plantar un almendro.

Aquel jueves, por cuestiones legales, la cremación se realizó transcurridas 12 horas del deceso, y sí, junto a la sábana del Seguro Social. Las cenizas fueron entregadas en una urna de mármol, pero uno de los nietos adquirió una urna ecológica de tierra endurecida.

Si la familia de don Chava cumplió con su deseo de no ser velado, seguramente él habría aceptado la decisión de su hija Mónica, que al mediodía del sábado mandó una misa en su honor y, después, partieron a Los Cocos. Carlos Fernando consiguió el almendro.

Conocedores de la tradición de quienes trabajan en las vías, cuando las cenizas quedaron bajo tierra se hizo sonar el pitido de un tren a través de un celular. Así se da el último adiós a un ferrocarrilero.

 

De acuerdo con Alcibiades Lazarini, en los siguientes días su familia realizó donaciones de muchos de los libros de su papá, originario de Celaya, Guanajuato. Él se quedó con El Paraíso Perdido y El Capitán Estruendo, que leyó hace muchos años.

Les resultó especialmente emotivo encontrar en los libros hojas sueltas, a través de las cuales muchas personas le agradecen distintas circunstancias, entre ellas ayudarles a salir de apuros.

Alcibiades considera que la forma de ser de su papá lo heredó especialmente de su abuela, María Antonia Victoria de Nuestra Señora del Carmen Oliveros Ortega:

“Mi papá era el tío favorito, todos los sobrinos querían estar con él, oír sus pláticas.”

Y agrega que en casa siempre se ha considerado una hermana a Emma Leonor, sobrina de su mamá:

“Mi papá la quiso como a una hija.” 

 

Hace unos meses, Mafalda dejó la citada esquina y se mudó a unos 20 metros, en México 39-D, donde ahora también se vende un buen café. Recientemente les llegó un pedido de agua en botella que, explica Alcibiades, no fue solicitado por él ni por su esposa Edith Rosales. Se preguntan si acaso fue su papá.

Persona generosa, cuando el año pasado este reportero planteó a don Chava la posibilidad de mostrar en su negocio los libros La Generación del Cacahuate, y Germán Rodríguez: Así lo Viví, aceptó inmediatamente. Gracias.

Ahora, como él lo creía, ve el atardecer a través de un almendro. Ha trascendido.

(Don Chava, en junio del 2018. Foto de archivo)

* Se pide a medios de comunicación NO plagiar las notas de Relatos Nayarit.

 

 

 

 

 

 

 

 

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