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Jue, Abr

Maestro Germán, quiero contarle unas cosas

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* Maestro Germán, el libro que escribí, su libro, no lo dejará morir, porque usted vive en sus páginas.

 

- Maestro Germán, buenos días.

- Pásele, pásele, ¿cómo le va?, ¿ya le dieron su café?

- Aquí lo traigo, ya me lo dio Norma.

- ¿Cómo le va?, ¿cómo le ha ido?

- Bien, maestro, vengo a contarle que este martes por la mañana me he enterado de su muerte, que estuvo rondando tres semanas en su cuerpo, llevándoselo primero a un hospital, y después no lo dejó volver.

Siento que este número 19 del mes tiene alguna relación con usted y conmigo, y pronto advierto que hace precisamente cuatro meses, el 19 de octubre, presentamos el libro GERMÁN RODRÍGUEZ: ASÍ LO VIVÍ.

Después de esa fecha, parece que he venido más veces a su notaría que cuando lo entrevisté para escribir el libro, porque he querido contarle de quiénes lo han adquirido y los comentarios que recibo, de aprecio y reconocimiento a su trabajo de muchos años, a su vida de persona honesta, de trato siempre fino.

He venido hasta la noche a su funeral porque en la tarde fui a una audiencia de un tema que hemos platicado y que atañe a su querido Poder Judicial. Y ahí, en un receso, busqué una poesía escrita por Jaime Sabines y que leí hace muchos años, acerca de algo que quiero decirle sobre su muerte, pero no sé cómo, y es que habemos muchos que no dejaremos morirlo así nomás, porque ahora y siempre hablaremos de usted.

Maestro, no sé si alguna vez leyó estas líneas de Sabines:

“No podrás morir.

Debajo de la tierra

no podrás morir.

Sin agua y sin aire

no podrás morir.

Sin azúcar, sin leche,

sin frijoles, sin carne,

sin harina, sin higos,

no podrás morir.

En tu caja de muerto

no podrás morir.

En tus venas sin sangre

no podrás morir.

En tu pecho vacío

no podrás morir.

En tu boca sin fuego

no podrás morir.

En tus ojos sin nadie

no podrás morir.

En tu carne sin llanto

no podrás morir.

No podrás morir.

No podrás morir.

No podrás morir.

Enterramos tu traje,

tus zapatos, el cáncer;

no podrás morir.

Tu silencio enterramos.

Tu cuerpo con candados.

Tus canas finas,

tu dolor clausurado.

No podrás morir.”

 

Maestro Germán, el libro que escribí, su libro, no lo dejará morir, porque usted vive en sus páginas.

Le aviso, maestro, que esto que escribo lo leerán otras personas. Y perdone mi atrevimiento, pero estoy seguro que me dirá que sí.

A quienes lean estas líneas les comento sobre esa fotografía en la portada del libro que muestra su sencillez, natural. Acuérdese de esa mañana apresurada porque la editorial me pedía varias fotos de tal tamaño y yo le avisé que le serían realizadas las tomas, en su oficina, y al rato llega usted como siempre, su camisa de manga larga, sencilla y correcta.

Usted, maestro Germán, jamás con una pose falsa. Nada de quítale o ponle a la entrevista. Su respeto a mi trabajo fue total.

He contado que hablar con usted tiene un mágico encanto, como si uno fuera enamorándose de esa manera. Yo me picaba al oírlo.

Maestro, esta noche de 19 de febrero he sentido el abrazo de sus jóvenes y brillantes hijos Katia Elizabeth y Daniel Germán, y de su esposa Elizabeth, que me pide acompañarlos en un rosario. Maestro, estoy de pie, a metro y medio de su ataúd, arriba con un ramo de flores blancas.

Tengo en la mente cuando durante la presentación del libro, sentados frente a mí, usted y su hija Katia siempre estuvieron tomados de la mano.

Maestro, también he sentido el abrazo de sus hijos mayores, Javier Germán y Alicia Judith, que ya lo extraña.

Acá afuera hay muchas personas que han venido a velarlo por el aprecio que le guardan; aquí está Norma, su entrañable asistente.

Y cómo no, maestro, yo me pongo a tomar café, algo por lo que le dije que siempre iría a su oficina.

Alguien trae el libro en sus manos, lo hojeo y me detengo en la exquisita frase “saberse ir a tiempo” que usted me explicó, la cual, le he dicho maestro, algún día, en un cuento o una novela, se la voy acomodar en un personaje. Porque, discúlpeme maestro, no era su tiempo de irse.

Maestro, ¿se acuerda cuando le dejé el libro para que lo leyera por primera vez? ¿Y de que dos semanas después le pregunté qué le había parecido?:

- ¡Ah, bueno! – me contestó, tranquilizándome.

Hoy 20 de febrero, su amada Universidad Autónoma de Nayarit (UAN) le rinde homenaje con su cuerpo, en el mismo lugar donde en abril del 2017 se le reconoció como Doctor Honoris Causa y donde hace cuatro meses presentamos el libro.

Quiero contarle, maestro, de sus hijos que montan guardia, especialmente de Katia y Alicia, y de sus lágrimas, limpias.

Recuerde usted maestro que este día se cumplen 40 años en que tres trabajadores murieron violentamente en la UAN; esa parte usted también la cuenta en el libro y de hecho detonó su llegada a la Rectoría, en el mes de mayo, muy joven, de 38 años.

Aquí veo a sus amigos, a sus alumnos.

Déjeme contarle que la maestra Rocío, directora de Derecho, cuenta lo que significó ese capítulo en el libro dedicado a ella, que un día sufrió humillación, y que gracias a lo que usted y yo contamos se quitó un peso de encima, porque puede ver con la mirada en alto a su hija de 11 años.

Rocío prometió que algún día se tomará un café con usted para contarle otras cosas.

Para muchos, usted es el rector que le dio rumbo a la UAN; para muchos, usted es el gran magistrado del Poder Judicial.

Y para mi, maestro, usted deja un precedente con este libro, porque no hay otro así en Nayarit. Le deja la reto a otros personajes, para que cuando quieran escribir, hablen con franqueza, de sus malos y buenos momentos, que critiquen a sus amigos y que tengan autocrítica como usted lo hizo.

Maestro, lo he saludado el 24 de enero y desde entonces no lo veo.

Maestro, ya pasa de la una de la madrugada y un señor me pide, junto a otras dos personas, que leamos un poco la Biblia en voz alta, cerca de usted. Me toca el tercer turno.

A eso de las dos de la mañana, afuera hace frío. Hay muchas coronas con rosas traídas en su honor. Yo me retiro.

Este mediodía de 20 de febrero, en la iglesia Cruz de Zacate, su hijo Daniel Germán agradece a quienes los han acompañado en las últimas horas, tras su muerte.

Maestro Germán, sabe el aprecio que le tengo, y me he sentido apreciado por usted.

Descanse en paz.

Por su confianza, muchas gracias.

Es lo que quiero contarle.

(El maestro Germán Rodríguezn en su oficina. Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit)

 

 

 

 

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