* “El Fantasma” González tenía sueños: su familia y ser campeón mundial, indica su esposa Magaly, con quien llevaba dos años casado.
Sobre el ataúd con el cuerpo de Oscar “El Fantasma” González Arriaga, fueron colocados dos cinturones, prueba de sus triunfos como boxeador. Un rato después se colocó un tercer cinturón y unos guantes color rojo.
A un costado del ataúd, una corona de flores daba cuenta del aprecio de “El Fofi”, su entrenador de origen cubano.
Minutos después de las 12 del mediodía de este martes, así iniciaba la velación del boxeador de apenas 23 años, fallecido el lunes en la ciudad de México, después de una pelea que sostuvo el sábado.
Su esposa Magaly Ávalos acepta hablar brevemente con este reportero, pero no de la pelea del sábado, sino del ser humano.
Indica que el pasado 26 de diciembre cumplieron dos años de casados y que conoció a Oscar cuando él tenía 16 años y se iniciaba en el box, deporte en el que ella también incursionó. La familia Ávalos es reconocida por la práctica de deportes de contacto, en especial Lima-Lama.
Magaly comenta los sueños que tenía su esposo: formar una familia y llegar a ser campeón mundial.
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Además de familiares, a la funeraria Jardines de San Juan los primeros en llegar fueron integrantes de la comunidad boxística.
Luis Carlos Melín Cayeros, presidente estatal de la Asociación de Box, recuerda que conoció a Oscar cuando, adolescente, llegó a su gimnasio en el centro de Tepic.
Aún amateur, Oscar llegó a ganar la medalla de oro para Nayarit en la Olimpiada Nacional.
“Llevaba una carrera ascendente. Era un muchacho serio, dedicado, con mucho esfuerzo. Era un boxeador completo: era técnico y también tenía pegada. Era un ejemplo no sólo en Nayarit sino en todo México”.
De acuerdo con Melín Cayeros, inicialmente Oscar fue conocido como “El Finito” González. Por un tiempo estuvo entrenando en Tijuana, cerca de “El Terrible” Morales, y fue aparentemente allá donde le apodaron “El Fantasma”, que se le quedó.
Para la pelea del sábado uno, González Arriaga estuvo entrenando los últimos meses en Bahía de Banderas.
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“¡Era un peleador con hambre, pero hambre para ganar, porque una persona sin hambre no sale adelante!”, indica una voz, ahí en la funeraria, pero con la petición de no ser identificada.
Explica que en el box suele haber tanta hermandad en un equipo de trabajo, que la relación de un peleador con su entrenador va más allá. Y es ahí, tras las peleas, con los ojos y pómulos morados, con la sangre en la cara, “cuando el entrenador es el segundo padre, el psicólogo, el amigo. El boxeador casi siempre viene de abajo, de la pobreza, y por eso el hambre para buscar ganar, triunfar.
“La muerte de Oscar nos duele a todos, apenas tenía 23 años. Estaba empezando a vivir”.
(Foto: Oscar Verdín/relatosnayarit)